23 enero 2013

Grande, grande, grande?

No, no estoy pensando en el título de esa canción que alguna vez creí que había sido compuesta por Manzanero; que probablemente se popularizó en español con una versión cantada por Vikki Carr; que fuera compuesta por unos italianos que pocos años atrás también habían creado “Cuando, cuando, cuando”. No, no quiero hacer alusión a ese tema originalmente interpretado por Anna Mazzini y casi simultáneamente -en inglés- por Shirley Bassey. No, nada que ver con:

Te odio y luego te amo,

y te amo y luego te odio,

luego te amo.



No me dejes jamás,

sé grande, grande, grande,

como solo grande puedes serlo tú…

No, ni siquiera quiero referirme a la condición insigne de alguna persona memorable. Tampoco a alguna obra emblemática. No, nada de eso! Nada relacionado con algo eximio o destacado. Al contrario: solo quiero comentar acerca de un enorme desengaño; de algo así como la “crónica de una desilusión”.

Desde hace pocas semanas tengo acceso a una pródiga y generosa colección de libros por medio del Internet. Digo pródiga, porque la selección es francamente extensa y casi inagotable; y generosa, además, pues lo único que a uno le cuesta es el tiempo que se dedique a bajar de la red el texto elegido.

Por demás está comentar que el costo de los libros impresos en papel -en los tiempos recientes- se ha hecho prohibitivo; esto es difícil de entender pues, si la alternativa electrónica no es onerosa y resulta más conveniente, sería fácil de colegir que la más efectiva estrategia de promoción sería justamente la de bajar en forma drástica el precio del libro impreso. Por el contrario, puedo constatar que las empresas editoriales procuran vendernos el nombre de un escritor, al que a veces han hecho famoso en forma artificial, o a través de un título de carácter sugestivo. Si no, cuántas veces entramos a una librería en busca de una nueva obra, convencidos de que la vamos a disfrutar, solo para caer en la desilusión -cuando no en la modorra- al cabo de leer un par de sus capítulos?

Y así es como, precisamente, llegó a mis manos el primero de los libros de una mujer grande, de apellido ampuloso y rimbombante; una señora a la que no había tenido oportunidad de leer en sus novelas, sino tan solo en sus valientes como interesantes artículos de opinión escritos para ese inevitable referente periodístico que es “El País” de España. De otro lado, el nombre de Almudena Grandes, parecía formar ya parte de esos catálogos de autores que no se pueden dejar de leer en nuestros tiempos. Mayor fue mi curiosidad cuando me enteré que había alcanzado el premio La Sonrisa Vertical por su primera novela.

“Las edades de Lulú” es una historia que desborda lo erótico y obsceno; es la impúdica narración de una serie de fugaces encuentros sexuales degradantes y pervertidos. Cuesta pensar que esta mujer oronda, que no llegaba aún a los treinta abriles cuando dio a conocer esa pornográfica historia, pueda describir con tanto desenfado todas aquellas coincidencias donde se mezclan fornicaciones con participantes múltiples, intercambios transexuales con la programada participación de varios testigos y hasta transacciones incestuosas como si estos sórdidos maridajes fueran dignos de descripciones “literarias”.

Estoy convencido que el acto amatorio es una de los mayores placeres y una de las más profundas satisfacciones sensoriales que podamos disfrutar con nuestro cuerpo. Y, sin entrar a discutir si el acto sexual debe o no ser un acto de amor y reservado tan solo a quienes asumen una responsabilidad y se tienen derecho, creo que lo que lo eleva sobre la condición animal es un elemental sentido moral que exige, además, que lo rodeemos de privacidad e intimidad. Realizarlo de otra manera; y aun el solo hecho de describir esos depravados episodios, no es sino vilipendiar la condición humana; es algo tan abyecto como profanar un templo!

Sydney, enero 22 de 2013
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