10 enero 2013

Escribiendo “al alimón”

Si usted es un aficionado taurino, amable lector, intuyo que se imaginará a qué me estoy refiriendo. Si no lo es, o siéndolo no ha escuchado el término, prefiero comentarle que se trata de una forma de colaboración; un método de toreo en que dos diestros se alternan para lidiar a un mismo becerro. Es lo que se llama “torear al alimón”, cuando las tareas de muleta y capote son compartidas por dos -o más- protagonistas del popular entretenimiento.

Imagínese por un momento a Ferran Adriá y a Gastón Acurio cooperando en un gastronómico empeño; o a Lionel Messi y a Cristiano Ronaldo jugando en el mismo futbolero elenco. O, a Joan Manuel Serrat y a Joaquín Sabina dedicados a combinar, como en tiempos recientes, lo que cada uno por su lado ha compuesto. El resultado es sorprendente; y famosos cantores populares, como Frank Sinatra, Charles Aznavour o Tony Bennett no se han abstraído de intentar tan sugestivo esfuerzo. Nótese que esas deleitables expresiones tienen el renovado frescor de las variaciones sobre una misma melodía y, aunque siempre se trata del mismo tema, nos dan la impresión de que estamos escuchando algo enteramente nuevo.

Sin embargo, esta forma de colaboración, en las expresiones más elevadas del arte, resulta algo más problemático y complejo. Imaginemos a Pablo Picasso y Salvador Dalí, o a Marc Chagall y Wassily Kandinsky abocados al compromiso de cooperar en un mismo pictórico proyecto. Esto, en las llamadas artes plásticas, encierra una cuota indescifrable de obstáculos e inquebrantables impedimentos. Ello en razón de que los artistas y escritores compiten por un similar segmento. Además, como se sabe, sus egos pronto se convierten en proporcionales a la fama de que son objeto. Y luego, viene el motivo más preponderante: cada uno utiliza una diversa metodología y tiene una manera personal de realizar su obra. Es lo que llamamos “estilo”, que es algo individual y distintivo al mismo tiempo.

Esto es lo que justamente realizaron en la primera mitad del siglo pasado dos insignes narradores argentinos, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, quienes se asociaron inicialmente para crear juntos una parodia policíaca. Para lograrlo, inclusive inventaron el nombre de un escritor ficticio, para responsabilizarlo de la iniciativa de aquel divertimento tan inédito como específico. Así, ellos crearon el apócrifo nombre de Honorio Bustos Domecq, tomando, para los apelativos del pseudónimo, los apellidos de sus propios abuelos. Otras obras vendrían luego.

En cuanto al protocolo convenido de esa imaginativa colaboración, me remito al texto del prólogo de la última obra que nació como resultado de aquel esfuerzo, Nuevos cuentos de Bustos Domecq. Cito de su texto: “Se adivina a Borges detrás del juego de espejos entre autor, narrador y personaje, así como en el fondo trágico y moral de los relatos; a Bioy le corresponden el recurso de la parodia, la descripción de ambientes, el tono distante y satírico”. No me cabe duda que este tipo de trabajo conjunto demandó una enorme dosis de humildad compartida!

Lo que parece que se inició como un intento de escribir en el género policíaco, derivó más tarde hacia el rescate del habla vernácula del hombre argentino. Borges y Bioy estaban convencidos que el lenguaje es algo más que un conjunto de palabras; que lo que produce integración y que a la larga consigue comunicar, es el significado que queramos dar a esas mismas palabras: su variable sentido.

Sydney, 11 de enero de 2013
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