28 enero 2013

Luluncoto en el recuerdo...

“El destino, que es prolijo, no da puntada sin nudo” (tango de Ernesto Ponzio).

Muchos quiteños (sobre todo los de cierto nivel) desconocen dónde quedan algunos barrios capitalinos como Carapungo, Puengasí, Chilibulo, Alpahuasi, Chahuarquingo o Luluncoto; ni siquiera saben por qué se ha bautizado así a algunas de las calles de la urbe, como la Morán Valverde o la Alonso de Angulo; ni la razón para que así se reconozca a otras vías o sectores más tradicionales. Sabe usted, amable lector, por muestra de ejemplo, quién fue La Gasca o la razón para que se llame así a calles como la Gaspar de Carvajal o la Pedro Fermín Cevallos?

Mas, no le culpo, amigo lector, ni siquiera en el muy probable caso de que sea, usted, de aquellos que repiten la letra del “Chulla Quiteño”, quienes se supone que sí saben la ubicación de rincones como “La Loma Grande” o “La Guaragua”; y no sólo el domicilio de “las lindas chiquillas quiteñas que son dueñas de su corazón, porque no hay mujeres en el mundo como las de su canción” (bis). Y no le culpo, porque yo tampoco supe, hasta casi salir del colegio, dónde quedaba Luluncoto y me sorprendió saber que ese era un barrio que quedaba un poco más arriba de donde estaba ubicada la estación de ferrocarril y que papá me había contado -cuando me llevaba de “copiloto”- que se llamaba Chimbacalle (pero verás, Mariano, no irás a contar a nadie!)…

Ahí cerca quedaba ya un colegio bautizado como Juan Pío Montúfar; el mismo que antes estuvo ubicado en diferente edificio y al que fui a parar alguna vez -cuando todavía funcionaba en el “muy quiteño barrio de San Sebastián”- cierta ocasión que me delegaron para que represente a la escuela en un concurso de matemáticas organizado por los colegios laicos. Ahí pude darme cuenta que en esos planteles se enseñaba no solo una clase distinta de Historia, sino también otros teoremas, y aun otras fórmulas que todavía eran por mí ignoradas…

Y allá fuimos también los de Palestra (a Luluncoto), convencidos de que había una forma distinta de vivir el evangelio y que no se podía hablar de religión “a quienes tenían los estómagos vacíos”. Allá fuimos con ilusión un grupo que no excedía la docena, persuadidos como estábamos que podíamos ayudar a hacer un poco más fácil la vida de los demás, asistiéndoles en sus tareas, fueran estas de mecánica, bordado o carpintería… Éramos por entonces una especie de cofradía quijotesca. Estábamos convencidos que podíamos cambiar al mundo; la nuestra era una forma distinta de apostolado. Ahí destacaban Pancho e Hypatia; Patricia, Galo y Andrés; Pablo, el otro Paco, Adela, Luz María… Unos “querían hacer obra”, otros iban simplemente porque querían acompañar a los entusiastas o porque, quién sabe, no tenían nada mejor que hacer aquellos sábados por la tarde!

Hoy regreso a ver e imagino que algo parecido hacían los integrantes del grupo ahora conocido como “Los diez de Luluncoto”, cuando fueron apresados bajo la acusación de que se habían reunido para “desestabilizar al gobierno” y que conspiraban contra el orden constituido… No se encontró en su poder ninguna clase de armamento o de explosivos, tampoco algún material de tipo subversivo; solo un par de símbolos que los identificaban con un sentido revolucionario y romántico (imágenes del Che o música protesta), en medio del hecho evidente que se habían reunido para hablar (cuidado!) de política. La mayoría se había destacado antes en actividades estudiantiles; y, por extraña coincidencia, fueron detenidos mientras otros sectores populares hacían preparativos para la “Marcha por el agua, la dignidad y la vida”. Queda, pues, en la suspicacia de la gente la impresión que su caprichosa detención obedeció tan solo a la necesidad de encontrar un chivo expiatorio...

Lo curioso es que esta actitud oficial se produce justamente en un gobierno que se dice revolucionario y de izquierda; que se ha venido comentando que habría recibido inclusive auspicio de la guerrilla colombiana para financiar su propio proselitismo; que mantiene relaciones especiales con gobiernos resultantes de actividades sediciosas; y que incluso ostenta entre sus principales funcionarios a quien fuera integrante de un conocido grupo de carácter terrorista y subversivo: el antes perseguido y ahora desaparecido “Alfaro Vive Carajo!”.

En cuanto a los “otros diez”, a los que hace cuarenta años me acompañaban a visitar Luluncoto… poco he vuelto a saber de ellos desde entonces. Uno llegó a ser importante dirigente de un respetado partido político y, por esas cosas que se dan en nuestros países, fue más tarde asesinado en forma artera y cobarde delante de su propia esposa, por cuenta de unos sicarios -que ciertas mentes que se esconden en la poesía creen que solo representan un “asunto de percepción”-. Otros se dedicaron al derecho, o a actividades de carácter productivo. Otro más se dejó seducir por las veleidades aeronáuticas… e, inclusive, un último llegó a ejercer la titularidad de importantes ministerios… Pronto, en sus manos pudiera estar el decidir la inocencia de aquellos muchachos que, en apariencia, estaban reunidos nada más que para hablar de sus ideas (hasta aquí nada se ha probado en contrario). Quizás este personaje no se olvide que él también fue alguna vez parte de un grupo de cándidos muchachos, que solíamos ir a Luluncoto…

Sydney, 28 de enero de 2013
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