05 enero 2013

La ‘corrupción’ de nuestra raza

Persiste todavía en nuestra América andina una visión simplista; constituye un discurso anacrónico e incongruente que, a pretexto de propiciar una excusa contestataria y “liberadora”, se esconde y disimula en los herrumbrosos resquicios del resentimiento y en esas rendijas penumbrosas que suele tener la estulticia. Es ese un criterio trasnochado que, al socaire de doctrinas confusas y sin sustento científico, pretende descuidar la fuerza avasalladora que tiene la lógica; y aun desatender el flujo impetuoso que por fuerza ha tenido el mestizaje, e incluso aquel proceso espontáneo que tuvo la conquista. Sí, hay todavía quienes hablan por ahí de una supuesta corrupción -por parte de los peninsulares- de nuestras autóctonas razas amerindias.

Es esa una extraña cantaleta. Parecería otorgar a quienes la pronuncian, una suerte de aura intelectual y hasta un cierto tufillo de prestigio político. Siempre me pregunté si, quienes así se expresan, lo hacen más bien por ir con la moda o porque al así expresarse se sienten incluidos en una cofradía que les promete inenarrables beneficios. Fuere lo que fuere, quienes de tal no consentida forma de contaminación se expresan, parecen descuidar la lengua que hablan, el signo religioso por el que rezan, la evidente realidad de sus nombres y apellidos…

Si en algo no existen valores absolutos es en temas como la originalidad o la pureza racial. ¿Acaso alguien puede demostrar que existe una total pureza de razas en el mundo? ¿Está en condición de hacer tal reclamo algún pueblo, estirpe o heredad en el planeta? ¿Estuvieron en condición de proclamar ausencia de mezcla y combinación, esos mismos pueblos primitivos a la llegada de los conquistadores? La historia parece decir que no; en casos como el de los pueblos asentados en lo que más tarde sería el actual Ecuador, el descubrimiento supuso la llegada de una nueva raza que quizá vino solo a suplantar a previos invasores…

Si algo no puede desconocerse, y menos aún cuestionarse, es el evidente abuso del que fueron víctimas, después de la invasión ibérica y durante la conquista, los pueblos aborígenes. Nadie puede pasar por alto las injusticias y atropellos de que fueron objeto los indígenas con instituciones como las encomiendas, los obrajes y las mitas, con las que se consolidó la explotación y maltrato por parte de una organización religiosa, política y militar con la que los advenedizos se declararon como superiores. Sin embargo, y sin que nos alcance responsabilidad, ¿no somos nosotros mismos resultado y consecuencia de las mixturas que se produjeron?

Al igual que la evolución, el mestizaje es un proceso continuo y permanente. Nadie puede en el mundo sustraerse a su ímpetu inevitable. Resulta irónico el advertirlo pero, debido a las inéditas formas de transporte y comunicación que existen en el mundo moderno, el cruce inter-racial va a resultar cada vez más propenso e ineluctable. En tan solo la última generación se han difuminado con relativo vértigo conceptos antes rígidos como la religión, la cultura, la raza y las nacionalidades. La pregunta surge traviesa y contundente: ¿”puros” para qué?

Esto no quiere decir que deba desconocerse el importante e individual aporte que han tenido las diversas razas a la hora de constituirse las nacionalidades. Pero es justo reconocer que para potenciar el bienestar del hombre y el progreso de los naciones se han hecho inevitables en el mundo toda esa enorme gama de aleatorios intercambios que han transformado los usos, las costumbres, las formas de organización social y aun el mismo lenguaje. La historia no debe verse desde la óptica de una perjudicial y constante descomposición, sino como un aporte compartido y una continua colaboración, cuya meta no puede ser otra que la realización del hombre y no la de husmear en sus probables raíces ancestrales.

La historia por desgracia -o por ventaja?- está escrita siempre con un innegable ingrediente subjetivo. ¿Qué más subjetivo que ese lente distorsionador que es el nacionalismo? Como dirían Borges y Bioy Casares (Crónicas de Bustos Domecq), siempre “late, embrionaria, la tenaz voluntad de afirmar lo propio, lo autóctono”; y esto, en forma probable, porque “la historia colma, en medida considerable, el justo revanchismo de cada pueblo”. Esto nada tiene de extraño: nos recuerda que algo tenemos de indio. Lo malo es olvidar que también algo tenemos de ibérico; y sobre todo un bastante de mestizo. Todo ahí mezclado, a un mismo tiempo…

Sydney, 5 de enero de 2013
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