24 abril 2013

De por qué leemos

Gracias a mis ocasionales escarceos con la seguridad aérea, o con el manejo de recursos de cabina y con aquello que en aviación llamamos “factores humanos”, he llegado a la definitiva persuasión de que no siempre es lo más importante averiguar “qué es lo que pasó”, cuanto “por qué es que sucedió, lo que sucedió”. Se me antoja que algo similar sucede con nuestras lecturas y sus motivaciones; así, en lugar de consultar qué es lo que la gente lee o a qué autor prefiere o dedica su tiempo, la consulta que deberíamos hacernos es justamente esa: ¿por qué -o para qué- es que la gente lee? En suma: ¿con qué objeto leemos?

No se trata aquí de averiguar acerca de otros tipos de lectura que no tienen que ver con la literatura. Es evidente que hay otro tipo de finalidad o interés cuando la gente lee un manual, una enciclopedia, un folleto de instrucciones o cuando se entretiene con una revista ligera o con las noticias contenidas en un periódico. Queremos saber por qué el lector toma una obra literaria y se aísla para disfrutar su trama y contenido. Qué es lo que, de esa actividad, le atrae y por qué lo hace.

Hay quienes aducen que les anima un motivo estético: el disfrute de un placer que les entrega un tema determinado o el argumento de una historia, debido al lenguaje que se usa o a la forma que está contada. Presiento que la lectura nos da acceso a un mundo inventado, que nos permite disfrutar de un universo irreal y paralelo. Esto pudiera interpretarse en dos diferentes formas: como un deseo de escapar de la realidad o como una manera de enriquecerse con los episodios, las aventuras y las vicisitudes contenidas en una historia que nos es ajena. Así, la lectura se convierte es una forma alternativa de ensueño.

Hay tantas y tantas razones para leer… Lo hacemos por distracción; o porque nos interesa “perseguir” una historia; o porque buscamos inspiración; o porque queremos cotejar una trama con nuestra realidad. Tal vez porque nos queremos evadir o porque queremos saborear y disfrutar el sonido de las palabras y el uso acicalado de los elementos de una lengua. Leemos también por catarsis, por la búsqueda de un valor curativo, para redimirnos del absurdo, de la angustia, de la tristeza o de la confusión; para combatir el tedio y la soledad; para sentirnos transportados a un mundo en el que nunca sabemos qué nos puede esperar: si lo insólito o lo simple, si lo cruel o lo gratificante, si lo previsto o lo inesperado...

Del mismo modo que viajar es como leer las páginas de un libro abierto, leer es también una forma de viajar. Es una manera de vivir un mundo privativo, algo único a lo que podemos llamar nuestro, algo que además podemos realizar a nuestro propio ritmo, sabiendo cuándo queremos seguir o parar, regresando para repetir y saborear una frase, para adentrarnos en esos inéditos significados que entregan las voces, en los insospechados efectos que tienen las palabras.

Los libros nos entregan a los distintos lectores mensajes diferentes; por ello que cuando subrayamos es como si descubriésemos mensajes secretos, cifrados y subrepticios, que nos parece que no fueron interpretados por nadie más… Por eso es que las apostillas varían tanto entre los diferentes lectores, porque cada cual recibe un recado diverso, que invita a una forma distinta de interpretación. Puede decirse que hay tantas copias distintas del mismo libro, como tantos sean sus diferentes lectores; cada lector percibe de acuerdo a su propia experiencia, a su propia circunstancia, a su perspicacia y grado de compenetración.

Quizá leamos porque queremos vivir una fantasía. El hombre no se satisface, no le es suficiente, con vivir solamente la realidad.

Dammam, Golfo Pérsico, abril 23 de 2013
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