01 abril 2013

De forjas y destinos

Nunca estuve seguro de cómo se forjaba el destino. Tampoco de cómo es que se forjaban nuestras aspiraciones; hoy por hoy, sin embargo, estoy convencido que estas se van pergeñando desde nuestra misma infancia, a partir de esa mezcla de afecto y autoridad que ponen en lo que -con perseverante dedicación- tratan de hacer y nos inculcan nuestros esforzados padres. En mi caso personal, aquella tarea fue interrumpida cuando perdí a mi madre, y tengo la íntima sospecha que quien se encargó de tomar la posta no fue una: fueron dos personas distintas.

Medito en esto al recodar un documento que, sin ser obligatorio, preparé con ánimo acucioso en mi último año de colegio. Tratábase de la llamada “tesis de grado”, documento que elaboré con la paciente asistencia mecanográfica de mi querida tía Ana Lucía. A ese documento, hoy felizmente desaparecido, lo había titulado con un nombre un tanto rimbombante: “Filosofía existencial en la plástica contemporánea”. Lo que si no se ha extraviado todavía, porque aún lo conservo en mi memora, es una frase que utilicé como prólogo en su dedicatoria: “A mi segunda madre Carlota Judith, forjadora de mis aspiraciones”.

Al echar mano de tan rara petulancia, siento que quizás cometí una lamentable injusticia. Porque creo que la parte referente a aquél ingrediente de “autoridad” estuvo definitivamente en manos de mi abuela Carlota; pero, aquello relativo a la cuota de ternura, en esa contradictoria ecuación, siempre estuvo encargado a los requiebros, bondad y predilección con que supo regalarme mi tía Ana Lucía.

Hoy, medio siglo después, puedo reconocer cómo fue que poco a poco, y de una forma muy sutil, ella se fue ganando una veneración que fue brotando de esos arroyuelos donde surge la confianza. Su atención a mis remilgos y las tareas que me encomendaba fueron convirtiéndonos en confidentes y en amigos. Pasado el tiempo, y ya muerta la abuela, nuestra relación pasó a adquirir la fuerza de un pacto, la de un inviolable compromiso. Así, dejamos de usar nuestros nombres y empezamos a reconocernos con afectuosos apelativos. Dejé de nombrarla como los demás y ella habría de consentirme en que pasara a llamarla de “Viejita”.

A veces pienso que por atender las carencias que generó nuestra orfandad, ella postergó sus inquietudes y prioridades afectivas. Es probable que Anita haya encontrado en nuestra reciprocidad -en la mía y la de mis hermanos- el sucedáneo necesario para compensar ese feo regusto que le dejaron aquellas uvas amargas de la desilusión, esas que a veces florecen en el viñedo de los mal correspondidos sentimientos. Yo la veía ocultar sus ojos lacrimosos de tarde en tarde, como no queriendo contagiar con sus sollozos a quienes, sin decirle, también sufríamos y maldecíamos al culpable de sus calladas cuitas y de sus ya perdonados resentimientos.

Una lluviosa mañana emprendió un viaje de incierto destino, fue un viaje carente de retorno. La nave en que viajaba, se desvaneció sin dejar un mínimo rastro que ayudase a descifrar las razones para su insólito desaparecimiento. Los restos del siniestro solo fueron localizados con el paso del tiempo. El cuadrimotor habría sufrido una pérdida múltiple de potencia en todas sus unidades. Ahí, tratando de conseguir su reencendido, habrían luchado los pilotos por recuperar esa energía que les era esquiva. Ya resignados a su suerte y aprovechando de la depresión de uno de los desfiladeros que atraviesan la cordillera, habrían querido arborizar el aciago aparato en las selváticas e irregulares estribaciones de la montaña.

No hubo sobrevivientes. O talvez los heridos no fueron encontrados con premura y, ante la falta de socorro y rescate adecuados, también perecieron. Hay indicios de que la nave fue encontrada antes, muchos antes de que se produjera su hallazgo definitivo. El aparato había sido vandalizado, probablemente a los pocos días de haberse producido el fatídico percance. No cabe duda que muchas veces la codicia y la mezquindad pueden ser tan o más trágicas, en sus secuelas, que las desgracias que representan esos horribles y desdichados accidentes.

Jakarta, 31 de marzo de 2013
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