10 abril 2013

Entre la lisonja y la diatriba

El mismo día que fallecía en Madrid la inolvidable Sarita Montiel, “La Violetera”, ha cesado de existir en Londres la baronesa Margaret Thatcher, la recordada primera ministra británica. Thatcher fue una mujer muy importante para el mundo que empezaba a convivir luego de los turbulentos años de la guerra fría. Sus posturas ayudaron a la recuperación económica británica, aunque invitaron a reacciones signadas por la controversia; ellas habrían de incidir también para que -en cierta forma- Gran Bretaña no se integrara a la Comunidad Europea.

“La dama de hierro” como la conocieron sus detractores y partidarios (con ella no era posible permanecer neutral, ya que se la odiaba o se la admiraba), estuvo inmersa en diálogos y negociaciones con los más importantes estadistas de su tiempo: Ronald Reagan, Mikhail Gorbachev, Deng Xiaoping o Valéry Giscard d’Estaing. De Reagan dijo que había sido “el segundo hombre más importante en su vida”. Sus actitudes fueron muchas veces no solo firmes y valientes, sino también tercas e intransigentes. Pronto se convirtió en un símbolo de dureza y obstinación. Hoy el mundo hace reverencia a su memoria. Ha muerto luego de una muy larga y penosa enfermedad: padecía de demencia senil.

“La Thatcher”, como pronto nos acostumbramos a llamarla, no siempre recibió el trato afectuoso de América Latina; quizá por su amistosa relación con Pinochet o, tal vez por haber sido artífice de aquella sangrienta confrontación, que nunca contará con la indulgencia del pueblo argentino, el conflicto de las islas Malvinas.

Alrededor del mundo, sin embargo, la imaginación y la picardía -que siempre van de la mano- empezaron a transformar en adjetivo al sustantivo de su apellido… Como Margaret había sido la primera mujer en convertirse en primera ministra de la isla europea (Gran Bretaña está constituida por Inglaterra, Gales y Escocia), sus políticas conservadoras y la determinación que mostraba en sus posturas y más actitudes, crearon la impresión de que le gustaba mandar “como si fuera un hombre”. De hecho, bien pudo ser ese el secreto de su preeminencia: saber usar las dotes de mando atribuidas al varón, con el aporte de la sensibilidad femenina.

Por ello que, más tarde, su apellido de casada fue utilizado en nuestros países como remoquete para distinguir a mujeres que se destacaban en la política y en la vida pública por su bravura, sus arrestos y su carácter atrevido. Así, en los asuntos públicos -e incluso en muchos hogares- surgieron mujeres de arisco talante que merecieron también ser conocidas como otras “Thatcher”, usándose este nombre como un sustituto para otros apelativos. Y también más de una de las amas de casa, que se caracterizaban por su natural mandón, áspero y esquivo, pasaron a ser tildadas de “mi Thatcher” por sus consortes sobrevivientes…

En el ambiente de nuestros conocidos, y por asuntos más bien de signo inverso, pasamos un buen día a apodar de “Thatcher” a una querida amiga que, lejos de poseer un carácter ácido y duro, siempre se manifestó como dulce paradigma de las cualidades opuestas. Su bondad y ternura eran de carácter antagónico al del rebuscado sobrenombre, aunque claro… es que tampoco la dulce música de su propio nombre sonaba tan diferente! Se llamaba Natacha; y la ocurrencia de sus amigos no encontró nada más fácil que asociar su nombre de pila con el apellido de la hoy desaparecida, transformando así su nombre en ese mote inclemente.

Con la despedida de la primera ministra, se pasa una página importante en la historia contemporánea. Margaret Thatcher gobernó con un estilo diferente; pero, le demostró al mundo la determinación que la animaba y, sobre todo, ese genio que tenía para saber interpretar los vericuetos y circunstancias de los que nunca están exentos los acuerdos y desacuerdos con que se escribe la historia.

Jeddah, 10 de abril de 2013
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