04 abril 2013

La “otra” universidad

Tal parece que la vida no es sino uno perenne y continuo aprendizaje. Y, en cierta manera, la misma edad no es sino el reflejo de un proceso en el que se ponen en la balanza dos ingredientes disímiles: la curiosidad y la experiencia. En la medida que sabemos utilizar el último, con prescindencia del primero, somos más viejos; si la ecuación es el resultado de la opuesta participación de tales componentes, y la curiosidad desplaza a la experiencia, nos mostraremos como más jóvenes.

Quizá por eso ha de ser que para los jóvenes sea una prioridad aquello de adquirir la experiencia de que carecen, porque quieren ser vistos como más maduros, como menos jóvenes. Y por eso también que quienes exhibimos arrugas y ya pintamos canas, queremos poner en ejercicio y renovar nuestra curiosidad, paso a paso, porque así podemos sentirnos con unos años menos y lograr que nos vean como menos viejos…

¿Quiere decir esto que con solo crecer en edad, se crece también en sabiduría? No, necesariamente, aunque parecería que en la vida los hombres no cesamos de aprender. Nadie puede tampoco hacer alarde ni jactarse -en ningún oficio, tarea o actividad por humilde que esta sea-, de que ha llegado al súmmum del saber; y esto es válido para toda forma de conocimiento. De hecho, no es infrecuente que los viejos aprendemos de los más jóvenes; y, lo que es más admirable todavía, que muchas veces los que creemos que mucho sabemos, terminemos por aprender cosas nuevas e insospechadas, no solo de quienes creemos que menos saben, sino de aquellos a quienes subestimamos por su nivel de conocimiento.

Pero… nada se aprende sin pagar algún precio. A menudo, es por medio de los errores, y aun de las tragedias y repetidos fracasos, que vamos aprendiendo en la vida y vamos teniendo acceso a un nivel más alto y enjundioso de conocimiento. Es por medio de la “curiosidad por experimentar” -obsérvese qué contradictoria la expresión del concepto inicial- que los hombres aprendemos nuevas destrezas o conseguimos mejorar las nunca definidas, y siempre perfectibles, habilidades que ya poseemos. Es en oficios como el que comparto con los hombres de la aviación, donde puedo apreciar este extraño sortilegio que tiene el aprendizaje y donde compruebo, día a día, que nadie tiene todas las repuestas y que todos aprendemos un poco más de quienes, en apariencia, conocen un poco menos.

Sucede que cuando parece que sabemos un poquito más, es fácil caer en la soberbia y en el orgullo, si no en la pedantería; así, la altivez se convierte en altanería; y los que terminamos perdiendo somos quienes pudiendo aprender del caudal ajeno, cerramos nuestro corazón y cerebro con nuestra arrogancia, a la siempre rica -aunque insospechada- mina del discernimiento y del talento de aquellos que suponemos que no están en un andarivel que creemos solo nuestro.

Por ello que, así como para aprender en las instituciones académicas del mundo hace falta inscribirse, asistir a sus aulas y atender las asignaturas que se ofrecen; así también, en la universidad de la vida, es importante escuchar y observar, despojarse de la auto-suficiencia, y abrirse a la posibilidad de aprender de los demás, sin importar la apariencia de sus exiguos conocimientos. La mayor forma que puede tener la sabiduría es justamente la de saber mantener intacta la curiosidad, para seguir aprendiendo… aun de los que parece que saben menos!

Jeddah, marzo 4 de 2013
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