Esto de lo “prohibido y permitido” se aplica no solo a las prescripciones de carácter alimenticio en el mundo musulmán; similares normas tienen que ver con el trato en las relaciones sociales; y en general con todo aquello relacionado con el comportamiento, como es el caso del lenguaje o la vestimenta. Es “haram” el alcohol. Y si la mujer no cubre todo su cuerpo -incluido el cabello- por ejemplo, ha cometido un desacato a la moral religiosa del Islam; en otras palabras: ha cometido “pecado”. Tampoco los musulmanes, de acuerdo a las normas de su ley Sharía, pueden hacer cualquier tipo de inversión; es “haram” todo aquello que insinúe usura, ganancia abusiva o cualquier forma o método de explotación.
Pero “haram” es un voz impregnada en el uso cotidiano del mundo musulmán. “Haram” es hablarle a la mujer casada; o comer delante de los que ayunan en el Ramadán; o entrar a los aposentos de quienes no son familiares cercanos. Nótese el parecido entre harén y “haram” y ello no constituye una graciosa coincidencia… son términos relacionados! Esto, porque harén se refiere a los “aposentos privados de la esposa” en árabe; y adentrarse en ellos es tabú, está prohibido, es “haram”: no autorizado! Sentarse junto a una pasajera desconocida en un vuelo comercial es también “haram”, y nadie está contento hasta que los culpables de esa inminente infracción sean separados y ubicados en otro lugar… “Haram” se usa también para designar a todo lo inviolable: es el caso de un par de mezquitas sagradas que nos están vedadas a nosotros, “los infieles”.
Y hay también lo que es considerado “makruh”, lo que sin estar explícitamente prohibido, no está recomendado decir o hacer, porque no se concilia con el cabal espíritu religioso o con el estricto criterio moral. Es lo que “no está bien visto”, lo que hay que abstenerse de hacer, lo que hace sentir mal a los demás; una especie de “pecado venial”… Murmurar o provocar con la mirada, producen disgusto, son considerados “makruh”; y constituyen una forma menor de transgresión.
En los tiempos que trabajé para una aerolínea nacional, compartí alguna vez la cabina con un par de colegas cuya secreta filosofía era la de nunca hablar mal de los otros; tenían esa rara virtud de no caer en la fácil provocación, aquella de aportar con la leña seca de la crítica al flagelo de la intriga y el tijereteo; al de la insidiosa habladuría y la maledicencia. Hoy que los recuerdo, comprendo que habrían aprendido que cuando no se puede hablar bien de los demás, el silencio resulta siempre la mejor respuesta. Parece que ya sabían el sentido de “makruh”; me pregunto si sería porque asistieron a una clase de un ajeno catecismo, o si fue porque aprendieron esa plausible costumbre de callar, por su propia cuenta…
En cuanto a lo “prohibido”… me parece una extraña coincidencia que esta sea una palabra que se ubica en el diccionario justo entre un par de sugestivas voces: las de “progreso” y “prohijar”… Y propongo que, si prohijar ha de definirse como “acoger como propias las opiniones o doctrinas ajenas”, resultaría gratificante que tal actitud llevase a la humanidad hacia una proyección que signifique “avance, adelanto y perfeccionamiento”… Pero, para eso, debemos empezar por tolerar y tratar de comprender lo que para otros significa aquello que les es o está “prohibido”.
Jeddah, 9 de abril de 2013

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