Porque ese ocho de mayo llegó y pocas veces habíamos estado tan elegantes! Al fin y al cabo, esa era la primera vez que nos ponían un traje propiamente dicho. Algo al principio de esa mañana nos hacía sentir una suerte de tibieza en el alma. Y el leve peso de una luminosa, aunque invisible, aureola en nuestras cabezas, tenía el mágico efecto de dar a nuestras infantiles y cándidas sonrisas una cierta huella de inconfundible santidad. Pero lo que ya me habían advertido los niños un poco mayores, y se había olvidado de contarnos el hermano Fernando, era que el suculento y pantagruélico desayuno “post hostias” que nos esperaba, iba a ser tan opíparo y sibarítico, que no solo que íbamos a pecar de gula y nos íbamos a tener que volver a confesar enseguida, sino que los efectos digestivos de tan espléndido banquete, iban a ser tan dramáticos, que efectivamente iban a convertir a ese ocho de mayo en un fecha realmente inolvidable!
Por esos mismos años que nos preparaban para llegar a los altares, también en casa ponían su parte en la cuota de esfuerzo requerida para una futura y probable beatificación. Nos decían, por ejemplo, que había palabras que, si queríamos un día llegar a santos, no las debíamos pronunciar nunca. Así se nos tenía prohibido mencionar palabras perfectamente castizas y que talvez podían tener el membrete de vulgares, pero que no había razón para considerarlas “non” castas o impúdicas. Palabras como joderse, cabrearse y pavada. Ya me había dicho un día mi hermano Adrián: “No se trata de no decir malas palabras; sino de no decir, mal, las palabras”… O sea, solo se trataba de un asunto de mera puntuación!
Esta última aclaración es indispensable porque, a manera de ejemplo, “joder” era una palabreja que se nos tenía prohibidos; y no solo pronunciar, sino inclusive escuchar! Y, joder, solo quiere decir molestar o fastidiar; aunque otra acepción es la de dañarse o echarse a perder (“malograse” dicen bastante más al sur). Ahora, me imagino, que la prohibición y recato de nuestros mayores provenía de su privativo conocimiento (mayores al fin) de que joder significaba también eso que solo hacen los mayores cuando se deciden a apagar la luz y a “hacer cosas”, razón por la que, aunque nos cabreábamos, no la podíamos pronunciar. Qué pavada!
En una de las novelas de un flamante premio Nobel, el personaje justamente se pregunta: ¿En qué momento se jodió el Perú? Por eso es que adaptando esa interrogante a nuestras propias circunstancias, lo único que podemos preguntar es cuándo se pudo haber jodido el Ecuador, pero Diosito quiso que no se joda, y no se jodió! Fue, justamente (y aquí utilizo el término como expresión de justicia y no solo como adverbio de modo) el día de la última consulta, cuando la mitad de los ecuatorianos le dijeron a su joven y atolondrado presidente un rotundo “No”. Por eso estoy ahora persuadido que razón tenía el hermano Fernando (y ahora entiendo el porqué de ese rictus de santidad que tenía su sonrisa) y era que él ya sabía que el ocho de mayo, el día siguiente al del referéndum, iba a ser uno de los días más felices de nuestra vida! Y solo ahora me explico el porqué!
Solo es de esperar que esta inesperada respuesta (porque debo confesar que muchos nos esperábamos los resultados con pesimismo), invite al perspicaz mandatario a revisar sus métodos, su estilo francamente divisionista, su actitud autoritaria e irrespetuosa de las opiniones que no coinciden con sus ideas; y termine su mandato (lo digo sin asomo de ironía) rectificando sus errores y enmendando sus procedimientos, para que todos podamos vivir más felices y tengamos un Ecuador mejor! Para que nadie tenga que irse como para la casa de la ve… como él (a quien no le prepararon para la primera comunión) dizque sabe decir.
Correa tiene todo para ser un presidente exitoso, que deje los cimientos para un país que se enrumbe por los caminos del progreso y del bienestar. Tiene todavía gran respaldo popular; no tiene real oposición política; tiene a su disposición enormes recursos provenientes de un precio excepcional del petróleo en el mundo; este es un momento comercial e industrial de encrucijada en la historia; es un mandatario joven, enérgico y preparado (mis primas dicen que es “hasta un poco guapo”). Y, como hasta tiene buena suerte, no hay más que desearle que le siga yendo bien, no solo para alegría de sus seguidores, sino –lo que es más importante- para el bienestar y felicidad de todos los ecuatorianos.
Pero es él el que tiene que revisar su intolerancia y autoritarismo. Es él el que ha decidido colgarse del estribo, él el que tiene que reconocer su situación precaria, decir “permisito” y volver a meterse dentro del bus que lo transporta. Si no, le va a pasar como al “mudo” que iba salido y colgado del estribo, y cuando el bus que le transportaba se pegó demasiado a un poste, se cayó y se fue de bruces al suelo, y lo único que atinó a comentar fue: “buenofff, como ya me bajaba mismofff!”
En cuanto a nosotros, es bueno saber que hay dos formas de engaño: cuando nos creemos lo que no es verdad; y cuando no queremos creer lo que sí es cierto…
Sydney, 15 de mayo de 2011

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