13 mayo 2011

Marcadores para resaltar

La llamaban Verónica y nunca la conocieron mis hijos. Era una pequeña niñita que merodeó en mi casa antes de que ellos vinieran al mundo. Hoy debe estar ya hecha toda una mujercita. Qué, digo! Si, bien pensado, esa otrora muchachita, traviesa y deschavetada como era, ya debe estar inclusive cumpliendo funciones de juvenil abuela! Llegó un día desde el austro, con su bondadosa, aunque intemperante madre, a quien habíamos contratado para que nos asistiera con nuestras tareas domésticas. Ella, la fámula, había sido marcada por ese signo vergonzante que parece distinguir a las madres solteras... No sé, sin embargo (porque así de caprichoso es el destino), si fue ella la que trajo a la niña; o si, más bien, fue la niña quien vino trayendo a la madre…

Y la madre no estaba muy segura de quién mismo había sido el padre; no porque sus debilidades se hubiesen enfrentado a intercambios consumados con varios pretendientes, o porque su acción la habría ejercitado en otras oportunidades; sino porque, la única y fugaz rendición a la que ella había sucumbido, se habría mimetizado en el confuso recuerdo de su sola noche de pasión; memoria que ella pronto habría preferido esconder en las marismas cenagosas del olvido. No es que ella no supiera quién habría sido el padre; sino que su trato con él habría sido tan fugaz como su carnal transacción y, entonces, aun sabiendo su identidad, no lo había vuelto a encontrar nunca más, después de aquella apurada tarde.

Sospecho que a ello debía ella su porte malhumorado, su gesto agrio y poco amigable, su talante huraño y desabrido; mas, su actitud se transformaba cuando la niña le daba motivos para el orgullo y la alegría, para saberse mujer y para gozar del milagro de sentirse madre. Y esto pasaba casi todos los días, cuando ella la tomaba de la mano para acompañarla por las pocas cuadras que separaban la casa de la escuelita donde la chica atendía a un modesto jardín de infantes. Pero, la índole de la mujer se alteraba cuando descubría que la díscola chiquilla había desoído sus estrictas instrucciones, y habría emprendido el viaje de retorno a casa por su cuenta, sin que nadie en el parvulario lo advirtiera.

Esto sucedía en mis primeros años de Ecuatoriana de Aviación, donde fui a trabajar como copiloto después de seis años de haber volado en el Oriente. Era un momento de inusitada expansión en la línea de bandera y ya se advertía que pronto estaríamos expuestos a oportunidades de comando. Esos cortos meses que ejercí como primer oficial, representaron una dura temporada de estudio, destinada a conseguir el respaldo profesional y la preparación que iba a exigir mi ya cercana e inminente responsabilidad: pronto me designarían capitán de los Boeing 707. Muy pronto me convertirían en joven y flamante “comandante”!

Fueron meses de continuos chequeos y frecuentes evaluaciones. Era un sistema que reasignaba nuestra ubicación en un caprichoso escalafón, que sería el que al final determinaría la “antigüedad” de los participantes. Verónica, entonces, se paraba a mi lado, veía con curiosidad lo que yo hacía con mis textos y manuales. Ella ponía atento interés cuando advertía que yo tomaba esos marcadores para resaltar la información, haciendo más fácil, con mi forma de revisión, la puesta en relieve de los datos más importantes. Sospecho que, a sus ojos, deben haberle parecido tan fascinantes mis concentrados esfuerzos, con ésta mi colorida forma de subrayar la información de mis estudios, que ella habría estado esperando su turno y oportunidad para intentar similar empeño; y para que cuando le llegase tal oportunidad… estar ella también en condiciones de ayudarme!

Quizás yo habría puesto siempre, una cuota de extremada meticulosidad, en el cuidado de mis cuadernos. Sé que hay algo en mis remilgos, que descubre mi espíritu obsesivo compulsivo. Ciertos indicios de mis excesivos cuidados con el orden y la pulcritud en los apuntes y copiados, es probable que se los pueda ya encontrar, cual decidor rastro, en mi pasado estudiantil, cuando repetía aquellas “planas” que caracterizaron mis primeras jornadas escolares. Así, cómo podría olvidar el entusiasmo que ponía mi hermano Alfonso en la presentación de mis tareas cotidianas? Él, que convertía la coloreada inicial de muestra en auténtico dibujo decorativo, debe haber impregnado en mis primeros barruntos y en mis más tempranos escarceos, eso que fue quedando en mí como una huella, no sólo de mi prolijidad, sino de mi fervorosa inclinación hacia posteriores escritos…

Pero… parecería que Verónica habría recibido también similares motivaciones! Un buen día, al sentarme frente a mis manuales, comprobé para mi exasperado horror, que la niña había colaborado con mis escrupulosas acentuaciones. Ahora, unas líneas desordenadas y de múltiples colores, habían venido a enriquecer, con anárquicos e infantiles trazos, todo el esfuerzo de mis prolijas marcaciones! De pronto, mi adorado manual, conseguido con tanta dificultad en las oficinas de entrenamiento de Pan American, habíase convertido en una libreta de bocetos de pintura surrealista de una precoz artista, inconsciente de sus infantiles limitaciones…!

Así fue como aprendí que no hay que tomar muy en serio las cosas de la vida; y a no tomarme yo mismo muy en serio! Así aprendí a descubrir la ilusión infantil por poseer unos primeros textos; por luego realizar unos primigenios ensayos, y por efectuar las más tempranas tentativas con el fascinante impulso de hacer anotaciones… Y así aprendí eso tan mortificante que es descubrir que otros se han metido a “rayar en nuestros propios cuadernos”; y a hacerme el propósito y la promesa de que nunca, yo mismo, trataría de “rayar en los cuadernos ajenos”…

¿Qué será de esa niña traviesa? ¿Hoy, y a sus cuarenta? ¿Le estarán rayando en sus apuntes o persistirá ella todavía en eso de hacer rayas en cuadernos ajenos…?

Sydney, 13 de Mayo de 2011
Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario