10 mayo 2011

El felino de la faltriquera

Nunca me dejó muy contento el cuento de “El gato con botas”; sí, el de ese gato que servía a su amo, el legendario marqués de Carabás. Es que, nunca entendí su lección moral, cual si la intención del cuento hubiese sido, más bien, la de que en la vida todo puede conseguirse, con el solo recurso de mentir y aparentar, o con el simple subterfugio de engañar y suplantar. En el empeño de encontrar en los cuentos instructivas alegorías, siempre me confundí cuando lo quise interpretar.

El cuento de “El gato con botas” es la historia fabulada de un gato que habla y que razona; y que para evitar ser engullido por su propio amo, le pide que le provea de un sombrero de plumas, de unas elegantes botas y de una enorme faltriquera que le sirve para guardar los frutos de su caza. Esos frutos el gato se los lleva al rey, a quien convence que sus continuos y generosos presentes se los envía su amo, el supuesto marqués. Para completar el embuste, el gato le pide un día a su dueño que se lance sin ropa a un río cercano, y cuando pasa sobre el puente el regio soberano, el gato empieza a gritar que se ahoga el desnudo impostor; que se ahoga su amo, el supuesto titular de tan importante prosapia, fama, y heredad.

No contento con haber amenazado a los estafados campesinos, a quienes les obliga a informar al rey que todas las tierras de esa comarca pertenecen al falso marqués, el gato consigue engañar a un ogro que posee el más opulento de los castillos de la zona, pidiéndole que se convierta en un indefenso ratoncito y lo devora, para que así su amo pudiese jactarse, frente al rey, de ser el propietario de las mejores posesiones de esa localidad. En cuanto al epílogo del cuento, pues… parece extraído de la trama de las telenovelas de hoy en día: la princesa se enamora perdidamente del vicario marqués y el astuto felino se queda a vivir en el palacio con sus amos que, desde entonces, “vivieron felices para siempre”…!

Por todo ello, hay algo en el cuento que me dejó siempre insatisfecho y con un sabor extraño en la boca. Nunca pude asimilar un mensaje que otorgaba aval a una impostura, la de quien acude a un ardid para suplantar una ajena identidad.

Pensando en las “intermitencias de la mentira”, me he acordado de un individuo a quien conocí alguna vez en las tierras calurosas de la amazonía; tenía, él mismo, un nombre de gato de tira cómica; y quizás por eso y por su tendencia a arroparse con apariencias, es que lo asocié, sin proponérmelo, con el astuto animalito que trataba de conseguir con engaños el bienestar propio a través de un pretexto: el espurio progreso de su amo, aquel marqués de Carabás. Es que hay gatitos que no tienen necesariamente los ojos verdes; pero que parecen gozar siempre de la fortuna de las historias y que, como buenos gatos, “caen siempre bien parados”; y que, como los gatos, parecen tener siempre una vida adicional…

En estas disquisiciones estaba esta mañana, cuando al recordar al minino de las botas de cuero, de súbito me he acordado de otro gatito, uno muy sagaz y, en apariencia, un tanto inocuo, uno que ya se ha gastado seis de las nueve vidas de su particular presupuesto, y que con el pretexto de reclamar la heredad del hijo del molinero (así empieza el cuento, con la mala distribución de una cierta herencia), suplanta él la verdadera identidad de su amo con la del supuesto marqués de Carabás, luego engaña a todos, incluso al cándido ogro del castillo, para sacar así provecho del rey y dar satisfacción a su ambición personal …

Porque, si el cuento del gato con el sombrerito con plumas, nunca me había dejado satisfecho; muy apenado es lo que me he quedado, en estos últimos días, con la percepción de lo que podría suceder en el país, cara al futuro, con nuestra frágil institucionalidad. Y así, al comprender que quizás la fabula representa una irónica y triste alegoría, he meditado en la situación jurídica del país y en los inciertos caminos que pronto nos tocaría transitar. He comprendido, como en el cuento, que talvez hay una lectura que me habría tardado en interpretar; y esta es, la revelación de una inquietante posibilidad:

¿Qué tal si el rey en realidad representa al bienestar colectivo? ¿Qué, si el ogro y su castillo no representan sino a las entidades y los estamentos de la juridicidad? ¿Qué, si los campesinos que hacen lo que el gato les ordena, sólo representan a una burocracia obsecuente y a los beneficiarios transitorios de una espuria institucionalidad? Pero, sobre todo… ¿Qué tal si un proyecto político y social medio disfrazado es realmente representado por la impostura del falso marqués de Carabás? ¿Qué, si el astuto e inteligente gato que parlotea, no es sino un líder político que ha venido a imponer un nuevo e intolerante estilo de gobernar…?

A estas reflexiones me ha llevado la fortuna de ciertos gatitos, a quienes mejor haríamos en apellidarlos “los gatos con votos”, unos que sí tienen ojitos de gato, unos que a menudo se olvidan que su cuota será únicamente la de sólo nueve vidas; y que pronto, cuando esa su cuota se agote, podremos de nuevo intentar el uso de la frasecita con la que terminan los cuentos que suceden en la realidad… Sí, son sólo nueve vidas. No hay que olvidarse nunca: los gatos sólo tienen nueve vidas; nueve vidas, y nada más!

No sé por qué siempre sospeché de ese jactancioso marquesito! Lo cierto es que nunca me gustó aquel “revolucionario” cuentecito. Siempre tuve la sospecha de que era una patraña fabulosa, un mañoso artificio destinado sólo a “engatusar”…

No, no me gusta sentirme engañado! Ese oficio no me gusta, mantantirun tirulán!

Singapur, 8 de mayo de 2011
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