24 mayo 2011

El cuento del gallo pelón

Sabe usted qué es la desesperación? No. No es un estado del alma; no tiene que ver con el absurdo, ni con los cuestionamientos acerca de la existencia. Tiene solo que ver con el descubrir a tiempo que alguien nos hace la misma y la misma pregunta, porque su sola intención es la de tomarnos el pelo, la de fastidiar…

Es curioso cómo, de acuerdo a los países y lugares, puede cambiar el significado de una misma palabra; es como si fuera la geografía, y no la etimología o la semántica, la encargada de definir su significación. Grande fue mi sorpresa, al llegar una noche al aeropuerto de Maiquetía, en mi primer viaje a Venezuela, cuando me percaté que a todo individuo sin pelo lo identificaban de “pelón”. Entonces advertí que allá llamaban “peludos” a quienes nosotros llamábamos “pelones” y que a los “pelados” ellos les tildaban de “pelón”. Así volvía a escuchar un término que fuera sinónimo de provocación en mi infancia, cuando un joven tío no se cansaba de repetirnos la misma pregunta; entonces, travieso como él era, jugaba con nuestra inocente respuesta, hasta que frente a su intransigencia, llegábamos al tedio sin opción de reclamo o a la más absoluta exasperación!

Pero no es únicamente en Venezuela donde se llama pelones a quienes tienen poco o ningún pelo. Esta forma del adjetivo es casi general para todos los países de habla hispana. Solo es en Ecuador donde a los de pelo abundante les motejamos con el apelativo de pelón; por ello que la famosa tomadura de pelo del gallito sin pelo, debe ser reeditada para el consumo interno. Así el cuento del gallo que está al borde de usar peluca, más bien debería apellidarse “del gallo pelado”…

Ávidos como fuimos en la infancia para que nos cuenten cuentos, y nunca para que alguien quisiera tomarnos el pelo, a menudo caíamos en la tentación de intentar una respuesta ante la persistente pregunta de si queríamos que nos cuenten el cuento del gallo pelón. Cualquiera que hubiese sido el resultado ante la misma pregunta, el interpelante repetiría nuestra respuesta con una similar nueva pregunta: ¿acaso que el gallo pelón dice que sí? o, en su defecto, ¿acaso que el gallo pelón dice que no? En definitiva, el cuento no terminaba siendo ni un juego ni un cuento; y cuando descubríamos lo que realmente era, que solo se trataba de una tomadura de pelo, optábamos por ignorar la intransigencia del preguntón!

Quizás por ello me abstuve de empezar este escrito averiguando si sabían cual es la verdadera trama del cuento. Pues, estoy persuadido que, avisados como son y están, habrían de evitar de darme una respuesta; y si algo yo no quisiera es que opten por ignorarme. Todos sabemos ya que el mentado cuento es solo un artificio destinado a hacernos perder la paciencia y que, si no queremos terminar exasperados, es mejor decidirse por abstenerse de contestar.

Porque el cuento del gallo pelón, no es ningún cuento; es solo “un cuento de nunca acabar”. Si algo de sabiduría y filosofía encierra, es la lección que siempre nos entrega: la de tener paciencia y aprender a ignorar. Es algo así como ponerse a pescar. Y en la vida es mejor aprender a tener paciencia, porque cuando nos apuramos o atolondramos, siempre nos olvidamos de algo y terminamos por cometer errores o hacer las cosas mal. Esa es la mejor advertencia que nos puede dejar el gallito: la de que en la vida es mejor solucionar un problema a la vez, la de que es mejor vivir de día en día, y saber esperar…

Pero, no hay que olvidar que los gallos pelados solo se encuentran en las tiendas de abastos y en los supermercados; y aunque están desnudos, no es porque están listos para irse a la cama; sino que su inmediato destino es la cacerola de algún restaurante. Para eso sirven los gallos pelados, para que los pongamos a cocinar! Es un plato que se llama “gallo hervido”, que los franceses llaman “coq-au-vin” y que yo invito a pronunciar “cocován”.

Así que inténtelo: trocee primero al gallo, aderécelo y dórelo un poquito antes de introducirlo en la cacerola. Espere que hierva el agua y solo entonces añada la sal. Esto es importante si no quiere que los peroles se le vayan a manchar! Ahora ponga a cocer el gallo, añada tocino, hongos, cebolla y ajo. Vierta en el caldo un medio litro de vino de Borgoña (o cualquiera de su localidad); añada pimienta, tomillo, perejil, tarragona y unas hojitas de laurel. Y ahora viene lo importante: baje el fuego y empiece a cocinar al gallo muy lentamente. Sí, lenta, lentamente! Si no, el gallo puede salirse de nuevo; o sea, puede que vaya a resucitar…!

Siga cocinando lentamente. Espere! Ahora sí, haga una reducción del líquido; pero asegúrese que esto lo deja para el final. Cuando vea que los ingredientes estén ya saturados y listos, vuelva a rociar unas gotitas de vino. Pase a la mesa la otra media botella, cuando el gato, quiero decir el gallo, esté ya listo para poderlo saborear! A propósito, la receta es buena también para cualquier otro animal…

Ahora sí me voy, que me tengo que ir a volar. Salud!

Shanghai, 25 de mayo de 2011
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