04 mayo 2011

Teoremas afectivos

Hoy fui al campo de práctica, una superficie rodeada por una red de malla donde se puede ejercitar los golpes del juego del golf (lo siento, no hay traducción todavía para esta palabrita, ni en castellano, ni en ninguna lengua latina). Es lo que en inglés se conoce con el nombre de “driving range”. Sospecho que lo de “driving” le viene al nombrecito porque casi todos los feligreses, que en esta suerte de canchita se congregan, se dedican sobre todo a practicar con la pieza que creen que es la más importante de todas, una que se ha dado en llamar “driver”, que como bien saben quienes hablan muchos idiomas, quiere decir conductor, en inglés. Esto es importante que yo aclare, porque por ahí tengo un amigo que está firmemente persuadido que así se le llama a este campo de entrenamiento, no porque allí se practique con dicho palo de tiro, o implemento guía, sino porque de ahí nos viene a recoger nuestro chofer…

Esta última precisión es importante de dejar notariada; ya que nada más falso que el absurdo convencimiento de nuestro amigo, que cuando nos escucha comentar que hemos cambiado de “driver”, él enseguida piensa que ya hemos persistido en dejar sin trabajo a un excelente chofer..! Pero esto es así mismo: inevitable, como muchas de las curiosas traducciones literales que se consiguen por nuestro prurito de llamar a las cosas por su nombre en español (con lo que, más bien, terminamos otorgándoles a veces un sentido ajeno, si no opuesto).

Pero, estoy otra vez lanzando el anzuelo donde no se encuentra el río; lo que me interesa contarles es que hoy fui a practicar con un amigo, que me había pedido que le familiarizara con el golf y le diera cierta orientación básica para empezar sus primeros ensayos con este jueguito que resulta tan difícil de aprender. Contrario a lo que muchos piensan, el golf es un entretenimiento muy complejo, pero tiene una ventaja imponderable: es un deporte absolutamente lógico, ya que obedece a las leyes básicas de la geometría y de la física; es un juego donde se aplican principios simples e incontrastables, como la fuerza centrípeta, las leyes de la dinámica de Newton; y, como no, hasta la incomprensible teoría de la relatividad de Einstein, ya que es “relativamente” difícil y complicado aprender a jugarlo a nuestras edades, si no lo habíamos intentado en nuestra niñez…

Y ahí estaba yo, haciendo estas consideraciones físicas y matemáticas (yo que, más bien, fui de filosóficas y sociales) cuando fui cayendo en cuenta que la del golf es una práctica totalmente racional y coherente, que relaciona aspectos simples que involucran a la geometría y a los más básicos axiomas y enunciados de la matemática elemental. Ahí se aplican las leyes del movimiento; se comprende el desplazamiento de los cuerpos debido a la fuerza centrípeta; se entiende la tendencia de los cuerpos a salir de su estado de reposo; y hasta se termina comprendiendo a plenitud la más caprichosa de las leyes físicas, una mejor conocida como “Ley de Murphy”, que es una que sentencia que “cuando algo es posible que salga mal, pues lo más seguro es que ha de salir mal…!”

“Por manera que” (como dicen ahora los políticos de mi provincia), golpeando que golpeando bolitas de golf, tratando de ayudar y de orientar los primeros pasos de mi frustrado y entusiasta compañero, me puse a meditar en lo fáciles y enormemente gratificantes que serían nuestras relaciones con parientes, vecinos y demás conocidos si, en lo que tiene que ver con nuestros sentimientos y nuestro trato afectivo, estaríamos en capacidad de aplicar estas leyes, al igual que lo que se requiere para ir perfeccionando nuestras habilidades con el golf…

¿Cómo no entender, por ejemplo, aquello de que “toda acción tiene una igual e idéntica reacción”? ¿Cómo pedirle entonces “peras al olmo” (perdone Alicita por la transliteración)? Cómo esperar que nos entreguen los demás lo que primero no les habíamos ofrecido? ¿Cómo cosechar pimientos verdes, si lo que sembramos fueron colorados tomates? Tengo por ahí un ser querido que se ha convencido que mientras más brusco maneja, ha de llegar más rápido a su destino… Y no sé por qué no logro convencerlo que en las cosas de la vida, como en el golf, mucho depende de la gracia y el ritmo con que practiquemos el giro corporal (lo que llaman “swing”); y que los mejores resultados muchas veces se consiguen cuando damos la impresión de que lo hacemos sin esfuerzo…

Sí, qué fácil sería poder aplicar el principio más básico y general de la humana convivencia, aquel que reza que “no podemos exigir a los otros lo que no estemos dispuestos a ofrecer”, lo que se concentra en esa popular y sabia advertencia de “no hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti”… Sí, qué fácil resultaría conseguir nuestra propia coherencia; sobre todo cuando usamos la más ruidosa y prostituida de las palabras, aquella con la que pedimos a los otros que sean “íntegros”, la tan manoseada y casquivana integridad… Pero, qué difícil parece ser esto de proceder con un poquitín de coherencia, rectitud y en forma cabal…

En fin, qué llevadera podría ser la vida si comprendiéramos que siempre puede haber solo una hipotenusa y siempre solo dos catetos… (si nos resistiéramos a pedir que nos entreguen dos “hipotenusas” para satisfacer nuestra voluntad peregrina de querer ser siempre “un solitario cateto”); o, si solo aplicáramos los axiomas y los corolarios de la física, de la geometría y de la dinámica; igual que hacemos en el golf para conseguir un juego más entretenido, satisfactorio y consistente! Qué conveniente sería aplicar el principio de Arquímedes, aquel relacionado con el desplazamiento de los cuerpos; y qué formidables resultados conseguiríamos si comprenderíamos que “un cuerpo sumergido en un fluido en reposo, recibe un empuje igual al peso del volumen del fluido que desaloja”.

Cómo bajaríamos de rápido ese esquivo e intransigente “hándicap”… el de lo afectivo y sentimental!

Shanghai, 4 de mayo de 2011
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