29 mayo 2011

Las paradojas del progreso

Sobrevuelo el Japón por dos noches consecutivas. Aprecio, desde mi cabina, las luces sorprendentes que definen la línea costanera de la patria insular de este pueblo formidable. Pienso en su ejemplar organización social, en su historia, en sus rituales y liturgias, en su deliciosa comida, en su tardía y ajena participación en una conflagración que produjo, como contradictorio resultado, su explosiva industrialización y su gran crecimiento económico. Medito en cómo la desgracia muchas veces impulsa y promueve, no solo la vida de los hombres, sino también la de las naciones. Recuerdo las imágenes que trajeron los recientes noticieros relacionados con esa desgracia natural que parecería ser tan japonesa como su nombre: el trágico e impredecible tsunami…

Mis calladas reflexiones me hacen pensar en los dramas humanos que se definen tras cada nueva desgracia telúrica; y en las implicaciones de los aparentes beneficios del progreso en los dolorosos resultados de estos episodios. No solo cuentan los destrozos evidentes, sino todo el replanteo social que surge como obvia y necesaria consecuencia ante estas situaciones. Pienso en cómo, luego de que han pasado algunas semanas desde la última tragedia, no se han logrado contener todavía los riesgos que siguen latentes respecto a las plantas nucleares.

Mas, no solo es el peligro contenido en las aún incontroladas radiaciones el que preocupa a la sociedad del Imperio del Sol Naciente. Son los previstos cortes de energía (relacionados con las estropeadas plantas nucleares), y que afectarían a no menos de diez millones de personas, los que parecen crear el principal motivo para nuevos y reiterados titulares. Y es que, ya próximos al verano, empiezan los japoneses a preocuparse en cómo enfrentar la carencia de las acostumbradas comodidades. Porque esta previsión desnuda la más grande paradoja de la modernidad, la de las contradicciones que tiene el progreso; la ironía de que cuando nos acostumbramos a sus beneficios, éstos se nos hacen indispensables!

Es que los inventos y las bondades que nos ha regalado el desarrollo, nos van a su vez creando nuevas realidades. Se trata de nuevas costumbres y nuevas formas de vida, cuyas condiciones y circunstancias han pasado a ser parte de la vida cotidiana. Hoy, todo parecería depender de esos nuevos beneficios. Las condiciones de la vida moderna parecen presuponer la existencia de ciertas comodidades. Así por ejemplo: en la actualidad los proyectos comunitarios de vivienda requieren de la construcción de edificios, cuya planificación solo es concebible gracias a los elevadores; tampoco sería posible el concepto de vivir en un sitio y de trabajar en otro, si no dispondríamos de mejores, más seguros y más rápidos medios de transporte…

No hace mucho, una interesante encuesta consultaba cuál sería el instrumento, que ha surgido en los últimos tiempos, del que sería más difícil prescindir hoy en día: si la tarjeta de crédito, el celular o el Internet. Vaya disyuntiva! Mucha gente pensaría que sin ellos ya no se podría llevar ya una vida normal… Lo que sucede es que, frente a las nuevas condiciones de vida que generaron las comodidades que nos brindó el progreso, surgieron nuevas situaciones y herramientas para poder conducir nuestra vida, que, ¡vaya ironía!, hoy nos parecen imprescindibles! Éstas, sin que nos hubiésemos llegado a percatar, nos han hecho prescindir de tareas y empleados, o de gestiones antes necesarias. Han hecho inclusive que verbos recién inventados se empleen en nuestras diarias conversaciones!

Es inevitable pensar en las condiciones que nosotros mismos vivimos cuando fuimos todavía pequeños; y, no se diga, las que vivieron nuestros antepasados. Hace solo cien años la electricidad era toda una novedad; entonces la aviación entraba en las conversaciones solo como materia de especulación; y los inventos del futuro, no entraban siquiera en la discusión de las mentes más imaginativas y audaces. ¿Quién habría imaginado la posibilidad de refrigerar los alimentos, de regular la temperatura ambiente, de comunicarse con gente ubicada en cualquier lugar del planeta, de poder observar hechos simultáneos en el televisor, de poder prescindir del correo postal, o la opción de no estar presentes en un banco con el objeto de efectuar importantes transacciones?

Solo hace cincuenta años, cuando yo era chico, disponíamos de una especie de “reloj despertador de barrio” que no emitía un zumbido de advertencia, sino que cual un eco lejano y ascendente, se iba poco a poco definiendo en la madrugada; cuando despertábamos, advertíamos que no se trataba de la fuerza sobrenatural que parecen tener los presagios… sino que era el pregón cotidiano del vocero matutino: el grito sordo, alargado y característico del vendedor callejero que repetía “la leeeche, la leeeche!” Es que, cuando niños, comprábamos ese principal elemento cuando la ciudad no disponía todavía de una planta pasteurizadora; y muy pocos hogares (eran realmente la excepción) disponían de un refrigerador!

En mi caso, estuve por terminar la escuela, cuando una mañana vinieron a casa unos señores uniformados como los médicos; eran los empleados de la empresa Ericsson que venían a instalarnos nuestro primer teléfono inalámbrico (11236) y a vacunarnos en contra de una horrible enfermedad que se había detectado en la sociedad moderna: la falta de comunicación inmediata. Para mí, aquel mágico artilugio, fue una verdadera bendición! Es que claro, antes de la llegada de ese portentoso aparato, no me llamaban por mi nombre, sino simple y llanamente con la abreviada sílaba “Ve”… “Ve, anda a traer un taxi”, “ve y averigua a qué hora abren el correo”, “ve, y dile que le mando a saludar y que digo que le digas que…”

No quiero imaginar lo que nos tiene reservado el futuro; los nuevos inventos que habrá; las nuevas exigencias que vendrán con las nuevas comodidades; o todo lo que muy pronto producirá la llamada “aldea global”. Porque, las carencias del presente nos hacen meditar en lo que otros no tuvieron en el pasado (aunque lo hayamos ya olvidado), pero no nos permiten siquiera imaginar lo que ha de venir pocos años después…!

Shanghai, 29 de mayo de 2011
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